Así es. Después de la tormenta, siempre llega la calma.
Lo difícil, a veces, es aguantar la espera.
Respetar los tiempos que la Vida maneja.
No perder la esperanza, ni la confianza.
Respirar y volver a respirar.
Cuando sientes que ya no puedes más,
que te vas a desbordar,
aparece un claro, llega la claridad.
Siempre que atravieso momentos tormentosos,
el primer impulso que me brota
es salir corriendo.
Me invita a hacerlo el miedo.
Con el tiempo he ido aprendiendo
que la huida no te libra de la tormenta,
que el chaparrón hay que pasarlo.
Me contaban de niña
que si una fuerte lluvia
te pillaba en medio del campo,
lo más seguro era el cuerpo a tierra
y alejarse de los árboles.
Hoy entiendo que también el cuerpo a tierra,
la quietud y la confianza,
pueden ayudarme a parar los rayos y centellas
que en ocasiones se despiertan.
Respiro y siento.
Esto también pasará.
Ya la lluvia solo acaricia y limpia.
Pasó la tromba que amenazaba desbordamiento.
Todo pasa, siempre escampa.