Es miércoles, podría ser jueves, domingo o lunes. Todos los días son igualmente únicos, se construyen sobre la marcha.
Comienzo a saborear el libre devenir del tiempo. Aun así, la inercia a la planificación, a la agenda, sigue activa. Como el miedo. Miedo a vivir. Miedo a no saber afrontar la realidad que ilusoriamente creo elegir. No hay elección posible. Lo que tenga que suceder, sucederá. Es así o más bien esto del vivir es una co-creación en la que sí tenemos algo que decir, o más bien podemos dejar de decir y dedicarnos a vivir lo que toque ser vivido. Nuestro ser interior ya sabe lo que necesita para evolucionar.
Mi gato está tranquilo, dormita sobre mi pierna. Percibe claramente cuando me siento tranquila, ya sea a escribir, a leer o a meditar, y solo entonces decide acompañarme. Siempre. Sabiduría gatuna. Elige bien. Si el plan no le interesa se ausenta. Y cuando tiene que cazar, es rápido y sigiloso. Lo hace. Sin más vacilación.
Respiro la angustia. Es un pellizco en la boca del estómago que quiere extenderse y su eco resuena en mi cabeza. ¿A qué le tengo miedo? A no saber. A lo que vendrá. Como si anticipara la tormenta incluso antes de que llegaran las primeras nubes al cielo.
Y entonces lo expreso y parece tener poco sentido, o ninguno. Miedo a lo que yo misma espero de mí. ¿Qué quiero ser de mayor? Y aún no lo sé. Será que aún soy joven. Llegará un día en que escucharé mi corazón, alto y claro, y mis pies le seguirán, con decisión, sin dudar. Y mi cuerpo danzará y mis labios esbozarán una sonrisa, no, mejor romperé a reír a carcajadas.
¡Era esto, solo esto, lo que me asustaba! No era nada. Nada a lo que agarrarme para no lastimar mis manos en el gesto de aferrar. Había que soltar, dejar ir sin pensar. Y abrirse a recibir. Todo está ahí, esperando ser recibido. Y la puerta, entreabierta aún.
Es la peor posición, como el trote de un caballo. Pero y, ¿cuándo nos lanzamos y llega el galope? El movimiento se suaviza. El cuerpo del jinete se sincroniza con el del animal y son uno, eso solo si hay confianza claro; sin resistencia, todo fluye. Como el agua, que se adapta a la forma que la contiene, al tiempo que se abre paso, con su fuerza cuando así quiere, o se deja llevar corriente abajo. A veces también se estanca y llega la lluvia en su ayuda o no, en cuyo caso comienza la putrefacción. Abono y alimento para la proliferación de otros seres.
Todo tiene un porqué y nada una explicación premeditada. Con el tiempo lo comprendes todo o te das cuenta de que no es necesario entender nada.
Solo vivir. ¿Cómo se hace?
Se me olvidaron las reglas del juego o fue que las dejé en el cajón del olvido intencionadamente. Esto último suena más a verdad. No me gustaba el juego que había aprendido. Hubo un tiempo en que fui niña. ¿A qué jugaba entonces?
¿Quién era yo antes de ser quién soy? El recuerdo sigue en mí, seguro, aunque esté en silencio. Espera el mejor momento para sorprenderme. Y me daré cuenta de que nunca estuvo oculto, siempre estuvo ahí, era yo que no sabía mirarlo. Mirar para ver, sin juzgar, sin interpretar, solo observar y ya.